martes, 5 de octubre de 2010

Introducción

A veinte kilómetros de la Ciudad de Culiacán hay un cerro sin lluvia y desolado, que aloja en sus entrañas una caverna del neolítico, con un techo que se alza arriba de los diez metros del que de una de sus protuberancias se desprenden siete gotas sucesivas de agua cristalina, para detenerse un lapso cronométrico de un minuto con once segundos y volver a caer. La gente de la comarca lo llama: “el cerro de las siete gotas”.

Pero lo más sorprendente de aquel fenómeno de una naturaleza tan reseca no son las siete gotas de agua cristalina, sino la hoya honda y ancha que han hecho con su caer secular en la roca granítica del suelo de la caverna.

No sé si el recuerdo de alguna excursión que hiciera en mi juventud al paraje de la remembranza me movió a explorar en otras siete gotas, algunas no tan cristalinas, que van bajando consecutivas y descubiertas al suelo poroso de las sociedades de nuestros días, entre ellas la nuestra; o mi dignidad de Senador de la República, me sugirió poner en el mantel los temas de un debate que se da en todos los parlamentos del orbe: energía, laicidad del Estado, preservación de la vida, drogas, suficiencia de los partidos políticos en la estabilidad de la democracia, ambiente, opciones sexuales que reclaman una aceptación social.



Espero que nos concedan el minuto con once segundos de las otras, para entender su significado y averiguar de dónde vienen antes de convenir si las recibimos o las conjuramos.

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